A punto de estallar, el "caso Bárcenas" se ha convertido en el
torpedo en la línea de flotación de la maltrecha honorabilidad del PP. Rajoy
sigue missing; y sus alfiles del gobierno y del partido -no
debemos olvidar que el presidente es doblemente presidente: del gobierno y del
PP- no dan abasto para frenar la cascada de indignación, se pasa ya de castaño
oscuro, que un día sí, y otro también, reciben en la calle, en el súper, en el
bar, en la universidad, en la prensa no adicta a este
"régimen": la situación ya es un clamor que en poco más de un día a
conseguido más de medio millón de firmas para que "se vaya", este
señor y todo su equipo, que será como echar a la calle, sino a la cárcel,
a varias generaciones de peperos. Incluso en su partido, los
que aún quedan honestos, han decidido darse de baja, o criticar abiertamente el
mayor escándalo que un partido español haya cometido sobre la
corrupción. Y mira que los ha habido gordos, de tomo y lomo, y no
sólo del PP, sino del PSOE, CIU, UCD, etc. De incompetentes y mentirosos, como
decía el otro día un periodista, han pasado, en poco más de un año a llevarse
el "gran chorizo".
Abiertamente hoy ya se pide la dimisión del gobierno, y pide que se
convoquen elecciones. Y no lo pide sólo el señor Cayo Lara y otros grupos de
los que los medios llaman "minoritarios"; sino que lo pide la
ciudadanía en la calle. El filósofo Pablo
Bustinduy escribe hoy en el Público (http://www.publico.es/450007/la-estaca) ese periódico digital que TVE española tiene
vetado en sus programas de opinión, que a pesar del clamor popular y
ciudadano:
"[...] aquí
no ha pasado nada, que aquí las cosas hay que hacerlas pasar. En
este país, esperar que los escándalos tengan consecuencias por sí mismos es un
ejercicio de ingenuidad. No se trata solo de la impunidad judicial que el
régimen utiliza continuamente como escudo (un sistema tan implacable con unos
como blandito y servil con los otros). Se trata de algo más sutil y complicado
a la vez, que tiene que ver con el significado y los efectos de las palabras, y
con el contacto que han perdido con la realidad"
Y puede ser que tenga razón Bustinduy. La historia
reciente española parece darle la razón una y otra vez: a
mayor escándalo de corrupción, mayor aumento de "choriceo".
Es como si los sin vergüenzas de este país se sintieran impunes, y
venga a convertir el Estado en un botín.
Pero yo quisiera ser un poco más ingenuo, quizás
pensar que el vaso ya rebosa y que esta vez, el pueblo español tendrá que decir
un "basta ya" -y no sólo por la corrupción- y salir a la calle que se
ha convertido en el verdadero Parlamento, y enfrentarse con su cita con la historia.
Esa cita a la que no acudió hace treinta años, cuando la Transición -
la narrativa la llama Pablo Bustinduy- se
nos convirtió en el "cuento chino".
Lo que si comparto plenamente con Bustinduy es que
la corrupción es sólo un síntoma y no la enfermedad. Ésta, es algo más
profundo. Es inherente al propio sistema capitalista que se ha instalado en su
fase caníbal en la fase del "capitalismo rampante" que se
lo devora todo. Como bien afirma el filósofo:
"Hoy
en día corrupción y gobierno de la deuda son inseparables, son dos extremos de
la misma trama, y solo se acabará con una luchando contra la otra hasta el
final. Esa trama está cada vez más desnuda, es cada vez más obscena, pero nada
va a suceder por sí solo. Que la estaca esté podrida no significa que no vaya a
durar, que no se vaya a hacer más ancha y más grande. La estaca está podrida:
hay que rodearla, estirar de cada lado, asegurarse de verla caer"