CIUDADANO KALLE

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viernes, 4 de junio de 2010

LA FRONTERA NORTE

Me encuentro a pocas horas de una de las fronteras “más calientes” de América: la trágica frontera norte de México. Es allí donde los sueños de los emigrantes centroamericanos se topan con la realidad de una cerca con cámaras de televisión, visión nocturna, patrullaje de la “patrol”, un río con caimanes y cuanta medida de seguridad en aras de impedir el acceso a supuestos terroristas que tan sólo quieren desestabilizar el modelo de libertad y gloria de los Estados Unidos de Norteamérica.
Para llegar a este “tapón” de los miserables y desechados del capitalismo sureño, los emigrantes centroamericanos tienen que atravesar todo el país mexicano. Y cuando digo atravesar resulta tan sólo un eufemismo, porque lo que realmente ocurre es que entre esta frontera, border hacía la “libertad y el progreso”, y la frontera sur mexicana: el otro border; existen cientos de fronteras internas que convierten el trascurrir migratorio de los centroamericanos en un infierno. El famoso tren de la “muerte” –algunos lo llaman de la esperanza- que trascurre desde el sur de México hasta el norte, es realmente una trampa para cualquier guatemalteco, hondureño, salvadoreño o de cualquier otro país del centro y sur de América. Peaje de paso; violaciones de todo tipo, físicas y morales; amputación de miembros al tratar de subir; hambre y penurias que tan sólo los desesperados están dispuestos a pasar; son algunas de los “atractivos” de este viaje en ferrocarril. Tan sólo la solidaridad de algunas asociaciones mexicanas que ayudan con lo que pueden, incluso quitándose de su boca para dársela al “hermano emigrante, hacen que la cifra de muertos anuales no sea más elevada. La migra mexicana es parte del mariachi que “anima” las noches y días de tormento y de zozobra de los migrantes del sur: hay quien dice que esta migra es peor que la gringa, que es mucho decir. Lo poco que traen los migrantes producto de la venta de su casa, de endeudar a las familias que quedan en un proceso que de no pagar los conduce incluso a la muerte, se va quedando en este rosario de penas que supone el viaje al “norte”. Todo se paga; y aprecios que van desde la entrega de tu cuerpo, hasta mostrar el color verde de los dólares anhelados: si no te cobra la migra te cobra la mara; si no lo hace la “ley”, lo hace el “cartel”.
En esta noche de luna llena, viajo dentro de un confortable autobús que me lleva de la Ciudad de México a Ciudad Victoria, Tamaulipas. El paisaje nocturno tras las ventanas, te anima a soñar con libros, historias, películas que nada tienen que ver con la realidad del emigrante. En un momento de la carretera, la migra mexicana hace detener al autobús. Enseguida suben dos agentes que intranquilizan a viajeros soñolientos. Todos sabemos lo que buscan. ¿Pero como reconocerlos? Los mexicanos del sur son la misma gente que los del otro lado de Guatemala. Pero el agente esta adiestrado. Pide documentación a personas con rasgos indígenas y color tostado. Mi compañero de viaje es uno de ellos. El agente se acerca, él se hace el dormido y oculta aún más su cara bajo una gorra descolorida por el sol. Desde que se monto en el DF no dijo ni palabra, sólo me miró esbozando una sonrisa tímida y solitaria. Finalmente, el agente le pide la credencial de lector, esa identificación que sirve en México para acreditar a los nacionales mayores de edad. El hombre lo mira y no lo entiende. El agente le vuelve a solitar el documento. El hombre se encoje de hombros y parece no entender. El agente se pone nervioso, y es cuando el agente decide agarrarlo por el brazo y le pide que lo acompañe fuera del autobús. El hombre no opone resistencia. Al irse me mira de nuevo. Yo no se que decir ni hacer. De repente una voz que sale de cualquier parte del autobus, advierte al agente de la migra que no lo entiende porque el hombre es sordo mudo. Al final todo se aclara. Y el hombre vuelve a su sitio al lado mío. Yo respiro tranquilo: durante el resto del viaje no tendré que reprocharme por no haber dicho nada.
El autobús reinicia su camino.No se porque pero el incidente me hace pensar en la ley racista de Arizona, aprobada hace unas semanas. Y de lo que mucho que se quejan, y con razón, los mexicanos. Pero no entiendo porque el pensamiento inconsciente me ha llevado a pensar en esa ley: ¿no será que estoy confundido y la frontera norte no empieza en Matamoros, Nuevo Laredo, Reynosa, todas ellas poblaciones fronterizas del Estado de Tamaulipas, sino realmente empieza al sur del país o en cualquier parte que aparece la migra mexicana? Mi compañero se ha dormido. Miro por la ventana y veo la luna brilllar con una luz que sólo hay en estos parajes del semidesierto. Pienso en mi infancia.